La Tierra está congelada. Envuelta en una era de hielo moderna. Los gobiernos del mundo idearon un plan para salvar a la humanidad que consistía en meter a todos dentro del metaverso. Lo llamaron “La Transición de Paradigma”. Los primeros diez mil voluntarios, listos para pavimentar el camino, eran llamados CyberBrokers. Todo salió mal. Dos siglos después, una autocomplaciente raza humana está lidiando con un gran avivamiento.
Esta es la historia de El Paradigma Perdido.
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La Tierra está congelada. Envuelta en una era de hielo moderna. Los gobiernos del mundo idearon un plan para salvar a la humanidad que consistía en meter a todos dentro del metaverso. Lo llamaron “La Transición de Paradigma”. Los primeros diez mil voluntarios, listos para pavimentar el camino, eran llamados CyberBrokers. Todo salió mal. Dos siglos después, una autocomplaciente raza humana está lidiando con un gran avivamiento.
Esta es la historia de El Paradigma Perdido.
“Detesto mi trabajo”.
Spice suspiró al levantar su mirada hacia el montón de hielo gris con granizo que estorbaba en su camino. Esta semana le tocaba a ella quitar la nieve que había caído en los paneles solares afuera del recinto. Y, como era usual, parecía que la peor tormenta había esperado a que fuera su turno.
“¿Por qué las nevadas nunca caen cuando le toca limpiar a Sybil?”.
Resignada y desesperada por volver a su estación, Spice levantó una escoba, la tomó firmemente con sus guantes como si fuera una lanza, y comenzó a apuñalar con el plástico al montón de nieve que bloqueaba la entrada. A pesar de que la entrada estaba justo debajo de un voladizo se seguía apilando la nieve. Especialmente después de una grave tormenta.
Trocitos salían volando con cada estocada, y pronto un hoyo lo suficientemente grande como para pasar arrastrándose se manifestó. La radiante luz solar pasaba por la pequeña entrada acompañada por el silbar del cruel frío. Spice echó la escoba hacia afuera, y se hizo paso a través del túnel oscuro para encontrarse con el vigorizante aire matutino.
Un viento gélido se escuchaba paseando por las dunas de hielo, transformando todo en su paso en nubes de escombro congelado. La recibían brillantes montones blancos por donde quiera que mirara. Pero, afortunadamente, no estaba nevando.
Spice se ajustó la parka y aseguró sus gafas contra el viento fuerte. Clavó la escoba que trajo en la nieve. Su gente las usaba para marcar la entrada al recinto al excursionar lejos de la seguridad de los túneles. Desde que Ricardo salió a limpiar los paneles solares para nunca regresar, se volvió obligatorio para todos los barrenderos traer siempre consigo varas para señalar. Las tormentas solían moverse rápido, precipitándose desde las montañas de lo que alguna vez fue el noreste de Nuevo México.
Usando la escoba para balancearse, Spice subió la hasta la cima de la colina donde los paneles solares se encontraban con el horizonte.
En teoría.
No se podía distinguir nada entre los abruptos barrancos blancos. Sin embargo, a pesar de que el panorama cambiaba constantemente, sabía que estaba en el lugar correcto. Spice había realizado esta caminata regularmente durante veinte años.
Al fin pudo ver las grandes máquinas al divisar más allá de una cresta. Los paneles solares estaban cubiertos de nieve debajo de la malla de camuflaje para el invierno. Las tiras blancas y grises del camuflajeado bloqueaban un poco el sol, disminuyendo la producción de energía a un 70%. Pero un 70% de eficiencia era mucho mejor que un 100% de eficiencia acompañada de la posibilidad de ser potencialmente descubiertos por un dron hostil de una tribu distante.
Los paneles solares bombardeados hasta convertirse en fragmentos olvidados en la nieve tienden a tener una tasa de producción del 0%.
Spice dio un vistazo rápido hacia el cielo y se arrastró debajo de una de las mallas de camuflaje. Así ella también estaría cubierta tanto de escáneres térmicos, como de los ópticos. Ya podía comenzar a trabajar con seguridad.
Después de inspeccionar el área se dio cuenta de lo esperado. Nadie había estado aquí desde anoche que cayó la tormenta de nieve. Satisfecha, barrió la nieve que cubría a los paneles y a los neumáticos como de tanque que tenía la máquina, limpió y aceitó los engranajes, y revisó las terminales que conectan los gruesos cables de poder que van hacia los puertos de escape del recinto.
Al haber terminado de inspeccionar el conjunto de paneles solares T-6849, tan “sólo” le faltaban 13 más antes de poder regresar. Spice necesitaba apresurarse y limpiar el resto de los paneles antes de que llegara el cenit de recolección de energía solar. También era necesario terminar antes de que le fuera permitido escabullirse de vuelta al recinto, en la calidez de los túneles, y conectarse a su estación EPA.
Se reajustó la parka y se arrastró fuera de la malla.
Después de casi cuatro horas, caminó de vuelta, físicamente exhausta y medio congelada, bajando la cuesta hacia el marcador. Con un poco de suerte no nevaría de nuevo esta noche, y así mañana sólo sería una excursión de 45 minutos.
Spice se deslizó a través del hoyo de hielo y cerró la puerta exterior firmemente, sacando la lengua en el proceso, burlándose del frío y de la miseria de allá afuera. Había terminado ya con el trabajo físico del día, y era hora de conectarse a la diversión.
El sudor le escurría de la frente al quitarse la pesada parka y sus gafas. Spice colgó el equipo contra el frío en un gancho del vestidor. Las rejillas resonaban, sacudiendo las gotas de la condensación, al ir pisoteando el piso. La nieve sobre sus botas se escurría, juntándose en algún lugar más abajo con otros materiales crudos para los motores electrolíticos que alimentaban los sistemas de soporte vital del recinto.
Spice forcejeó con las pesadas puertas que aseguraban los húmedos pasillos hechos de piedra y acero. El eco de sus pisadas rebotaba sobre la losa de las paredes, interrumpido ocasionalmente por el sonido del vapor condensado cayendo. Se había desvestido hasta quedar en shorts y en su usual camiseta sin mangas, pero todavía estaba tibia y pegajosa.
Al ponerse a pensar, mantener corriendo tanto equipo electrónico dentro de estrechos espacios reducidos producía mucho calor. Calor que derretía muy bien la nieve. Ocasionalmente mandaban el vapor excesivo hacia afuera por los tubos de escape. Cada hora, más o menos, un poco de viento helado se paseaba por el recinto, refrescando el aire estancado del recinto y enfriando los sistemas internos a la vez.
Spice dobló en una esquina y le dio un tirón a la puerta de su ataúd. Dentro de este mundo de caos, este era su pequeño espacio de paz. No más grande de cuatro metros cuadrados, su recámara apenas si estaba decorada. Pero su austera apariencia no importaba. Cuando te pasas la mayoría de tu tiempo en el EPA, no importaba mucho cómo se veía tu recámara en la realidad.
Tras cerrar y atrancar su puerta, se estiró debajo de su catre para sacar su arnés. El hardware que se conectaba a su estación EPA llenaba casi todo el espacio debajo de su cama. Sonriendo, se acomodó el sudado chaleco electrónico y se ajustó el casco. Cada vez, incluso después de tantos años, se sentía como una heroína de esas viejas películas. Ésas donde la heroína se equipaba para superar tremendos obstáculos y salvar al mundo.
Spice se acostó sobre su cama, cerró los ojos, y aplastó el botón de encendido. El equipo destelló luz roja, y luego verde. Desapareció de su pegajosa recámara gris. La conexión estaba hecha.
Cuando Spice abrió los ojos de nuevo se asustó. Seguía rodeada de oscuridad.
Después de un momento tenso recordó de dónde es que se había desconectado la última vez. Ya tranquila, Spice activó unos relés, y la red eléctrica se encendió. Las pantallas de la consola emanaban una inquietante luz verde. Otro switch se activó y se abrió una puerta enorme, enrollándose treinta metros arriba en el techo. Tomó las dos palancas de la consola, y puso en movimiento a cientos de servos.
Su meca gigante, 25 metros de ira y velocidad, salió de la enorme cochera y caminó por las brillantes luces de la Calzada.
Frente a ella, resplandeciente con luces, ruido y actividad se desplegaba su verdadero hogar. El metaverso. Neones rosas y púrpuras atravesaban las vallas publicitarias digitales y hologramas translúcidos. Aerocoches jugaban carreras junto a fantasmas glitcheados. En cada esquina promovían una recompensa secreta, un acertijo, o un paquete de bienes. A su izquierda, dos kaiju peleaban en medio del Marvel Park. A su derecha, todo el Edificio Foster disparaba sus propulsores, lanzándose hacia el espacio.
De vuelta allá en la realidad podría no ser nadie, acuartelada en túneles oscuros y sudorosos, pero aquí, entre la locura, era Spice, la Piloto de Mecas, Comandancia Alfa 10. Y sí, era una crack.
Normalmente no se desconectaba del EPA desde su asiento de piloto, pero durante la última sesión, bueno, estaba apresurada. Ahora que ya se había conectado de vuelta, necesitaba ponerse al tanto con Unironic Ken. Enterarse de todo lo que se había perdido.
Los canales comenzaron a parpadear. La voz de Ken se escuchó por la bocina.
“¡Oye, Spice! ¿A dónde te habías metido?”.
“Lo siento, tuve que salirme. Las celdas de poder en el recinto estaban ya en acumulación negativa”.
“Uy, eso suena feo”.
Spice se encogió de hombros, y viendo hacia afuera lo vio en la calle. “Sólo necesitaba un chequeo rutinario”.
Unironic Ken no tenía que preocuparse sobre este tipo de problemas físicos. Él era un CyberBroker. Una de las diez mil almas separadas permanentemente de sus cuerpos humanos, deambulando por el metaverso para siempre.
Hace un par de siglos, después de que el ártico colapsara y que esto provocara la primera era de hielo moderna, los gobernantes del mundo hicieron un mítin para idear un plan que salvara a la humanidad: mover a todos dentro del metaverso. Lo llamaron “La Transición de Paradigma”. Los primeros diez mil voluntarios se conectaron vía los equipos experimentales del Paradigma, decididos a colonizar permanentemente el ciberespacio, en su lugar se enfrentaron con un desastre.
Como lo descubrimos después, hay límites para la cantidad de disonancia neurológica que la psique humana puede soportar.
Como los otros CyberBrokers, el cuerpo de Unironic Ken estaba en algún sitio dentro de una instalación gubernamental, criogénicamente congelado mientras esperaban a que la tecnología avanzara lo suficiente para devolverlo a su cuerpo físico.
Eso fue hace doscientos años.
En cambio, la humanidad utilizaba su vasto y combinado intelecto para hacer y vender JPEGs de manera más eficiente. Era algo deprimente, la verdad.
“¿De qué me perdí?”. A Spice no le gustaba hablar mucho del mundo real con Ken.
“Ay, mi picante albondiguita, te perdiste de todo”.
“¿En serio?”. Si hubiera sido alguien más, lo hubiera aplastado hasta reducirlo a bytes con la bota de hierro reforzado de su meca. Ya nadie la llamaba Albóndiga.
“¡Sí! Los Apes y los Cats están en guerra de nuevo, hay un par de votos de DAO por utilizar, y cuatro airdrops por reclamar.
“Vaya, vaya. Una noche ocupada”.
Una de las mejores cosas de ser amigos con un CyberBroker era que estaban enterados de todo. Iban a todas partes. Conocían a todo el mundo. Convivir con varias generaciones de humanos ocasiona ese efecto.
“Un agente nunca para”, dijo mientras le guiñaba el ojo al robot gigante. “¿Me vas a dejar subir o qué?”.
Spice abrió la compuerta, y Unironic Ken subió a bordo. Tenían diversión por delante. Especialmente en este mundo. Ese experimento fallido al que todos llamamos EPA — El Paradigma Abandonado.